Just let it be... (NH)

Se supone que todo el mundo va contento e ilusionado al instituto, pero para mí ese era el peor día de mi vida, era nueva, no conocía a nadie, y ENCIMA faltaba poquísimo para mi cumpleaños… Toda vía no entiendo como pude decirle a que sí a mi padre sin rechistar… AH!! ¡¡Ya me acuerdo!! Me dijo que todo iba a cambiar para bien y que hay podía empezar de cero, pero todo era mentira… Como va a alguien como yo va a poder empezar desde cero con todo lo que me había costado empezar algo en mi otro país (y eso que llevo toda mi vida ahí).
Mi padre me sacó de mis pensamientos cuando me dijo que ya habíamos llegado y que pasara un buen día. Pero… yo ya sabía que eso era imposible… Me acuerdo perfectamente de ese día…
Entré a mi nueva clase y cada uno de los alumnos nuevos se presentaron, al menos era bueno saber que no estaba sola… cuando me llegó mi turno me levanté y dije mi nombre y lo que me gustaba, cuando me fui a sentar la silla había desaparecido y caí al suelo... ¿Y la gente que hizo? Pues muy simple, todos empezaron a reírse de mi… era perfecto, mi primer día y ya era el hazme reír de toda la clase. Por eso mismo siempre he odiado tanto los cambios, ¿para qué realizarlos? Definitivamente son un desperdicio de tiempo y dinero… O al menos eso mismo era lo que yo pensaba antes de que ocurriera aquello…
A los pocos días ya la gente se había olvidado de mi perfecta “caída”, y lo más extraño es que había conseguido tener compañeros con los que hablar y pasar el rato en los patios. Pero, por desgracia, la felicidad me duró muy poco… Más o menos a la semana, la gente con la que me ponía en los patios o se había ido de viaje o se habían puesto malos, era perfecto, conseguía no estar sola una semana y de repente: bum!! , ya volvía a estarlo… Lo único bueno es que había descubierto la existencia de un aula de música, que estaba insonorizado, es decir, que en el exterior no se escuchaba lo que sonaba en el interior. Mis primeros patios no estuve sola del todo, me acople a unas niñas de mi clase que no me caían bien, pero ya con el tiempo me fui hartando de todas sus boberías y gilipolleces, así que decidí pasarme los patios arriba en el aula de música. La primera vez que entré me quedé maravillada, en mi vida había visto una sala tan espaciosa y tan bien organizada, pero lo que más me llamó la atención fue un piano negro en el medio del aula… era precioso… me acerqué más a él, estaba temblando de los nervios que tenia, pero eran nervios de emoción… Ya hacia como seis años que no tocaba un piano de “verdad” desde que la empresa de mi padre cayó en banca rota, por lo que, mi padre se había endeudado y para que esto se le hiciera más pasajero decidimos que lo mejor era que me quitara de mis clases de piano y que lo vendiera…
Cuando ya estaba lo suficientemente cerca, me senté en la banqueta, subí la tapa y por primera vez en seis años, volví a ver esas teclas blancas y negras que con un solo roce producían un sonido único y precioso… Pasé los dedos por encima de estas y presione una, justo había tocado el Do M… de la emoción me eché a llorara y así me pasé mi primer patio en el aula de música…